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Qué Bonita Familia

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Es bien sabido que una de las sugerencias que se nos da al comenzar nuestra carrera en el rubro inmobiliario es tratar de hacer correr la noticia de que nos estamos dedicando a esta hermosa labor y que debemos apelar a nuestra “lista fácil” que no es otra cosa que comentar con nuestro círculo más cercano (llámese familia, amigos, colegas, miembros de nuestra comunidad, etc.) y así podamos generar nuestro primer inventario de propiedades para empezar nuestro inventario personal de captaciones y ver si alguna persona perteneciente a este grupo tuviera un pedido en específico para comprar o alquilar algún inmueble. Particularmente, yo no he tenido alguna experiencia afortunada con mi círculo familiar o amical más cercano. Aquí la historia:

Al empezar mi labor inmobiliaria, allá por el año 2007, el destino me llevó a trabajar en el sector comercial y retail, sector en el que vi que no eran muchos colegas que se dedicaban a atender este nicho, así que, por lo mismo la lista fácil al menos para mí, en ese sector no existió. Ya con mi ingreso a la empresa Alfredo Graf & Asociados empecé a atender inmuebles residenciales; sí, normalmente el camino es en el sentido contrario: empezar por lo residencial y seguir con lo comercial que, normalmente, suele ser un poco más complicado de atender.

Ya con el pasar del tiempo, y ahora como agente independiente, cada vez más personas de mi entorno personal sabían que me dedicaba a vender y alquilar inmuebles, es así que algunos años después tuve una reunión con unos amigos con los que trabajé en mis inicios y que me comentaron de un pedido de un local comercial en alguna zona comercial del Callao. Los que me conocen saben que toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia crecí y viví en el primer puerto y que gran parte de las dos vertientes de mi familia también es chalaca.

Es así que, al saber de este pedido, toqué la puerta de una prima mía, que para ese entonces vivía en una casa antigua y grande de la avenida Sáenz Peña, la avenida principal del Callao. Me entrevisté con el esposo de mi prima, quien se había ganado el apelativo de “el loco” por alguna frustrada aspiración política que lo animaba a practicar furibundos discursos proselitistas teniendo como único auditorio a sus dos menores hijos. Otra característica que lo hizo ganarse ese apelativo entre mi familia materna fue su férrea defensa al ex presidente Alberto Fujimori, con mucha pasión y con muy pocos argumentos.

Le comenté al loco (voy a optar por llamarlo de esta manera) del posible interés de un inversionista por comprar su casa familiar por un excelente precio; es más, estoy completamente seguro que si en algún momento él o su familia hubieran tenido la intención de vender su propiedad no hubieran imaginado recibir el monto que el cliente de mis amigos antes mencionados podría pagar por esa ubicación.

Cuando llegó el momento de revisar la documentación me encontré con algunos temas que se tenían que subsanar: eran 5 hermanos, tres de ellos tenían un error en la última letra del apellido materno, incluso uno de ellos (justo el que ya había fallecido) tenía doble registro justamente por el error mencionado en la última letra de dicho apellido. El loco y uno de los hermanos que vivían en la misma casa, me deslizaron la posibilidad de dejar fuera de la operación a los hijos del hermano fallecido, a lo cual me negué en reiteradas ocasiones, lo que ya empezaba a generar fricciones que se fueron agudizando con el pasar de los días.

La subsanación de los apellidos tomó más tiempo de lo esperado y, aunque ya habíamos firmado un arras, y el comprador tenía cada vez menos paciencia con ellos; pero tratamos de capear el temporal poniendo paños fríos a cada lado.

 Para hacer corto el cuento, el loco le ofreció al comprador que le hacía una rebaja en el precio si el trato lo hacían entre ellos pues, a su parecer, no habíamos realizado un buen trabajo. Esto a pesar de toda la gestión que se realizó para subsanar dicha discrepancia, de que, a pesar de esa rebaja, el precio seguía siendo muy superior a lo que hubieran podido conseguir si lo hacían solos y otras cosas más.

Al principio de toda la historia le dije al loco de que la comisión era el 5% del precio de venta y que tendría que pagar en dos partes: 50% a la firma del arras y el restante a la firma de la escritura. La comisión era por un total de más de US$15,000 y lo único que pude cobrar fue la cantidad de US$1,500 pues me pidieron que el resto me lo daban al cierre ya que sus hermanos se encontraban en un apuro de salud y necesitaban el dinero del adelanto.

Cosas que pasan con clientes, pero que pocas veces imaginamos que podrían pasar con nuestra propia familia. Ahora bien ¿creen que con amigos cosas como esta no pasan? En la próxima entrega les contaré otra historia más.

  • Autor: Ángel Giancarlo Strat
  • Columna: Con el Dedo en la Llaga
  • Empresa: Master Team Perú
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  • Linkedin: Angel Strat
  • Twitter: @StratAngel
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