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Nacionalidad inmobiliaria

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¿Disculpe señorita, esta es una inmobiliaria peruana o venezolana?, preguntó, en un tono amenazante e intimidante, al fondo se escuchó una risa que incitaba a colgar y que orquestaba un Jacke mate. Tuve una pequeña sensación de tristeza y empuje, que, a su vez decía: “Cada Cabeza es un mundo, continua”.

Jueves 8 de marzo de 2018, fue mi primera llamada, mi primer día de trabajo en un rubro que desconocía, y del cual no quería entregar mayores expectativas o energías, frente a mí una larga lista de nombres y números telefónicos, anotaciones que no guardaban ningún sentido pero que en algún momento servirían de algo. Transcurrieron los veinte segundos más largos de la historia ¡Esto no es lo que estoy buscando!, pensé; además, las ganancias son a través de comisiones si así serán mis clientes, mis gestiones no sumarán ni un solcito a mi bolsillo.

El tiempo hizo de las suyas y pasaron frente a mis ojos las primeras semanas, ¡Nada! Ni una sola oferta o esperanza de compra, entre la puerta y el corredor principal de aquella inquietante pero codiciada oficina, se paseaban los nuevos compradores y la alucinante vendedora estrella cual desfile militar; En mi mente se acercaba el rostro de la arrendadora donde residía, tocando a mi puerta y exigiendo el pago atrasado de la mensualidad del departamento, a su costado la acompañaba un avasallante ¡Que le corten la cabeza!, rápidamente y como aplauso que disipa una nube suena el teléfono, ya cabizbaja, cruzada de brazos y con las miradas puestas sobre mis hombros, se congeló mi sangre al escuchar esa voz nuevamente, como por arte de magia se detuvieron todas las operaciones en aquel lugar y como un zumbido retumbaron mis oídos, tragué seco debo admitir, ¿Me quería jugar otra broma? Pregunté, mientras se escuchó un gratificante, “Señorita, me llamó hace unos días. Mi esposa y yo queremos hacer una compra de cuatro lotes, indíqueme la dirección de su oficina por favor”.

El mes cerraría con el alquiler pagado, por primera vez llenaría la nevera, y aquel boleto de regreso a mi natal Venezuela que meses antes guarde con mucho cuidado bajo mi desinflado colchón, comenzaba a romperse en mi cabeza. Y es que no podía regresar sin haberlo intentado, como podía ver nuevamente a mi adoraba Elena, mi abuela querida, aquella que no se atrevió a despedirme en el aeropuerto por el miedo a verme desplegar las alas; necesitaba tener la oportunidad para decir ¡Triunfe!

El despegue fue duro, tuve cierres exitosos, un buen número de lotes vendidos y ventas caídas también, nadie me contó lo importante que sería callar, aprender y planear estratégicamente un cierre. Una vez escuche: "El ritmo de ventas no siempre será ascendente o estable, hoy puedes estar arriba pero mañana puedes estar abajo", no creía que eso tuviese sentido ¡Si eres bueno, eres bueno! decía, sumergida en una risueña inocencia. No escuchaba razón al principio. Pero este, el rubro del cual quise zafarme, es actualmente el sustento de varias familias en el lugar al cual deseo alguna vez regresar.

La clave del éxito radica en ayudar a otros, y conectar con otros. Un poco romántico para el gusto de algunos, lo sé, pero ¿Qué tan productivo resultaba pedir ayuda y consejo?, posiblemente habría caminado tras aquella vendedora estrella cual súbdito o subordinado; no habría sufrido tanto tal vez.

El rubro inmobiliario es un arte, un coctel cultural de estrategias y pensamientos que conectan carismáticamente con cada cliente, y como lo comenté al inicio, sí, ¡Cada cabeza es un mundo!, y también una nueva oportunidad para conectar hasta el extremo más recóndito del mundo.

Autora: Bárbara Arteaga

Revisado por: Angel Giancarlo Strat: docente, agente inmobiliario y columnista de "Con el dedo en la Llaga"

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