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La Nueva Realidad del Agente Inmobiliario Peruano

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“La propiedad es más que un título, es una fuente de valor”, Hernando de Soto.


La crisis nos ha golpeado a todos los seres humanos como cuando pasamos por “callejón oscuro”. Algunos recibimos patadas y golpes, pero, salimos a seguir andando, adoloridos, pero en pie; mientras algunos otros no pudimos más y sucumbimos a medio camino. A cada sector le tocó lo suyo y el mercado inmobiliario no tendría por qué eximirse de este tránsito.

Quizás lo único cierto, en medio de esta locura es que estamos presenciando un espectáculo (a veces triste) que pone en evidencia los propósitos individuales y empresariales de cada persona. Lo que hemos visto, por decir lo menos, ha sido impactante. Por lo que es conveniente (y hasta recomendable) asirse de cierto criterio de realidad.

Realidad 1: No creas todo lo que te dicen

Los años previos a la crisis, con la llegada de las grandes franquicias a nuestro país, una corriente de positivismo superlativo, a la par de una obligada formalización, nos ha hecho poner el ojo en el rubro inmobiliario ubicándolo en la mira como el non plus ultra de los “emprendimientos”. Y si bien, la Ley Peruana contempla la inscripción en el Ministerio de Vivienda para poder obtener una licencia que te permita actuar en representación del propietario, ésta no se cumple en su mayoría, haciendo que la actividad se vea trastocada con la informalidad, e incluso, la estafa.

Realidad 2: Todo tiempo pasado fue peor

Hasta hace poco menos de una década, el corretaje de bienes inmuebles era un trabajo a medio tiempo que, sin tantas complicaciones permitía al trabajador ser padre/madre de familia a la par que cumplir sus obligaciones laborales. Esta era la informalidad en los sectores A y B, y se llevaba con elegancia, pero sin autorizaciones de corretaje ni contratos, solo en base de la confianza y a la reputación. En los sectores C y D, sin embargo, no existía títulos de propiedad que permitieran crear valor para los poseedores de predios y la posesión de tierras trajo consigo invasiones, luchas, sangre y caos.


Realidad 3: Los grupos

Muchas asociaciones, colegios, gremios y empresas se crearon con el boom inmobiliario. Trataron de captar la mayor cantidad de asociados y se sostuvieron en membresías, cursos de coaching empresarial y otros talleres ocasionales. Hoy en día, los casi doce mil Agentes que somos en este país, estamos divididos en estos grupos inmobiliarios y así, en desunión, nos enfrentamos a otro fenómeno: la vida después de la pandemia.


La nueva realidad:

Ante el cese de actividades en todo el país, muchas de nuestras operaciones quedaron sin concluir. Algunas conversaciones quedaron sobre la mesa y otras en pendiente. Lo que vamos a hacer después es incierto, aunque la realidad es una: tras el crecimiento de la demanda y la construcción en Lima, en una ilusión centralista, se duplicó el precio del metro cuadrado de la ciudad, encareciendo la vivienda a niveles inalcanzables a los que propietarios y compradores o arrendatarios no llegaban a acuerdos con facilidad. Durante el periodo de cese debido a la pandemia, algunos han pretendido hacer como que “no está pasando nada” y seguir operando, seguir captando propiedades (incluso concertando citas con propietarios) y ofreciendo sus inventarios, dictando charlas sobre todo lo bueno que se viene después de la cuarentena y programándose neurolingüísticamente con eso de que sí se puede.

Algunas de estas charlas dicen que se debe salir a la calle y firmar contratos de intermediación a diestra y siniestra, porque “es el momento” ya que, quienes poseen activos que no están produciendo se ven obligados a vender por la necesidad de generar liquidez; mientras los que han ahorrado por mucho tiempo y cuentan con cierto capital, comprarán y obtendrán su recompensa a su buen comportamiento financiero. Tal como ocurre en la fábula de la hormiga y la cigarra.

Otros miran con malos ojos a quienes hacen negocio durante la cuarentena, porque se perciben como carroñeros decididos a aprovecharse de la gente que ha sufrido desalojos o que, incluso, ha perdido un ser querido y hoy tiene propiedades en herencia y que, en su incertidumbre, está dispuesto a creer en todo lo que le dé un poco de esperanza. Sin embargo, todo depende del cristal con que se mire, como decía el poeta.

Lo cierto es que mientras las asociaciones y colegios se pelean por la representación global de todos los agentes inmobiliarios, se olvidan de contemplar el perfil al que se enfrentan: todos los agentes inmobiliarios somos entidades independientes. Los de la vieja escuela, se rehúsan todavía a compartir su información. Los nuevos agentes están abocados a formar empresas y
ser los nuevos “gurúes/influencers inmobiliarios” y se enfocan vehementemente en hacer negocio.

Así como hay tipos de clientes, cada empresa comparte un alma distinta, cada asociación comparte un ADN diferente. No hay buenos ni malos, lo que sí hay es gente responsable y su contraparte. Estoy segura que si existiera una penalización legal por recomendar un
arrendatario moroso o un propietario estafador, nadie avalaría nada.

A pesar de esto, otra certeza en nuestro rubro es que, como agentes inmobiliarios, ya sabemos vivir en la incertidumbre de no saber a ciencia cierta cuánto cobraremos a fin de mes; que, a golpe de ir a cinco reuniones por día, hemos aprendido el don de la paciencia; a fuerza de ver cómo se caen las operaciones en la misma notaría, hemos aprendido que “nada es real hasta que la comisión está en nuestra cuenta” (citando a mi socia). Conocemos cómo es trabajar en este país, en el que la maquinaria legal para la propiedad es invisible y que, por lo tanto, es víctima de la informalidad, lo que nos complica el escenario de una forma impensable. La corrupción está tan metida en todos los niveles que, en este rubro, pierden los justos sin posibilidad de denuncia alguna.

Lo que viene por delante es sin duda una crisis económica que nos obligará a crear una nueva normativa que nos permita arrendamientos, ventas y operaciones en cumplimiento con las órdenes de los respectivos Ministerios de Salud y Vivienda. No antes, sino después. La gran desconfianza en la salud de los demás nos obligará a operar con rutas críticas. La inestabilidad laboral posterior a la crisis generará, eso sí, que nuevos incautos sean captados por las firmas que promueven negocios con altos riesgos. La movilización de los ciudadanos al interior del país devaluará el especulado metro cuadrado limeño y traerá consigo una caída del precio de los inmuebles de la ciudad (que, a mediados de abril, CAPECO previó que sería hasta en un 50% si la cuarentena avanzaba hasta mayo, como ocurrió).

Se avecinan cambios importantes, cambios que ningún optimista podrá sortear sin contemplar la nueva realidad. Algunas veces hay que saber frenar, observar y operar sin buscar beneficiarse individualmente, sino imaginando que en este rubro hay suficiente para todos los que hacemos las cosas bien y que las ambiciones personales nos llevarán a la imprudencia, y ésta, puede “acabar” con nosotros en toda la extensión de la palabra.

Así que, si no nos vamos a unir en un solo equipo porque si estamos en este carril es porque todos buscamos ser libres, juntémonos en una sola palabra: responsabilidad. Y actuemos, en consecuencia, con respeto y humildad. Éticamente. Todos estamos vivos todavía, y por más golpeados que nos encontremos, en nuestras manos está la reconstrucción del mercado inmobiliario peruano, ésta es la obligación moral y la meta final de quienes estamos realmente comprometidos con el desarrollo económico de nuestro país.

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