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Ollas volteadas | Con el dedo en la llaga

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En los últimos años el Perú estuvo en los ojos del mundo por la virtud, la calidad y la inmensa variedad de su cocina; el mercado culinario creó, entre otras cosas, una marca del país en sí, dio paso a una nueva manera de hacer turismo, ayudó a la creación de decenas de miles de puestos de trabajo, tomó por asalto ciertos sectores geográficos de la mayoría de distritos del país convirtiéndolos en espacios destinados a una innumerable oferta de opciones de todo tipo, tamaño, calidad y precio.

Los locales comerciales en los que se abrieron muchos de los restaurantes “gourmet” tienen importantes ubicaciones, además de que la inversión en infraestructura han generado una plusvalía muy interesante para los inmuebles donde se encuentran ubicados, consecuencia de ello es que el valor del metro cuadrado en dichas zonas ha tenido un incremento bastante importante, lo que ha redundado en que las inversiones en este nicho sea cada vez más atractiva para aquellos fondos de inversión así como para los inversionistas particulares que le han dado dinamismo al sector y han inyectado mucho dinero a la economía nacional.

Sin embargo, todo lo anteriormente descrito puede llegar a convertirse, más pronto que tarde, en sólo un recuerdo, en sólo un sueño falaz del que debimos despertar a la fuerza para sumergirnos en una pesadilla que no muestra salida alguna y que condenaría a uno de nuestros productos más fuertes a la quiebra inminente y al cierre del mercado culinario formal.

Esto debido a las medidas de restricción que dictó el gobierno de transición, medidas que han orillado a la gran mayoría de dichos restaurantes a cerrar sus locales. Ya con las restricciones dictadas por el vacado ex presidente Vizcarra este sector que hizo conocido al Perú en el mundo se vio obligado a prescindir de un porcentaje de trabajadores que en promedio asciende al 60%; para poder menguar las enormes pérdidas que la cuarentena generó, los empresarios culinarios trataron de acceder al programa “Reactiva Perú”, lo curioso es que cuando ya toca pagar el dinero al que accedieron se ven obligados a cerrar sus puertas.

Hay un peligro muy grande de que los restaurantes más importantes del país se declaren en quiebra si es que, como se sospecha, el gobierno decide extender esta cuarentena que nadie entiende pues castiga en gran parte a aquellas empresas formales que deciden sí seguir las reglas, pero que somete al país nuevamente a la informalidad donde sobrevive el más pillo, el más vivo o aquel que siempre encuentra cómo sacarle la vuelta a la norma.

El panorama es bastante complicado, ¿qué pasará con las propiedades que dejarían estos restaurantes? ¿qué pasará con la inversión de los propietarios de dichos locales? ¿pasaremos a trabajar en un mercado de remate de propiedades en los próximos años? De ser así, ¿cuánto tiempo aguantaría el mercado con ello? Lo que definitivamente sucederá es que este será un motivo más para que los inversionistas piensen más de una vez la posibilidad de poner un dólar en Perú para este sector, otrora fuerte en la economía del país.

Hemos retrocedido mucho, nos vemos nuevamente obligados a apelar a la viveza, a la criollada, a querer sacarle la vuelta a la norma, ¿acaso no sabemos de quienes solicitan el pase laboral a pesar de no tenerlo permitido? ¿no sabemos de casos en que hasta los pases vehiculares se han solicitado para poder mostrar alguna propiedad a pesar de que sólo estamos facultados para tramitar contratos y cierres?

Lo más probable es que la cuarentena se alargue aún más, a pesar de que está demostrado de que eso no presenta ninguna solución a la crisis actual; curiosamente el promotor más iracundo de las cuarentenas alargadas estaba inoculado en el mismo grupo del tristemente conocido caso del “vacuna gate”.

El Perú seguirá presentando oportunidades para salir adelante, a pesar de sus problemas y a pesar de sus gobiernos.

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